La plegaria de Abraham fue escuchada ya que eran muchos los
peregrinos que se hacían presentes a la kaabah, llegaban de todas partes de
Arabia, los descendientes de Isaac también llegaban venerar al Dios único, pero
al pasar de los años y los signos la pureza en la adoración a un único Dios se
contamino a causa de la influencia de las tribus paganas vecinas y finalmente
los fieles comenzaron a traer ídolos a Meca y así los Judíos dejaron de visitar
la Kaabah.
Una de las tribus más importantes de Meca era la de los
Quraysh. Alrededor de unos 400 años después de Cristo existió hombre de los
Quraysh llamado Qusayy que estaba casado con una hija de Hulayl, que entonces
era el jefe de los Juzaah. Al morir Hulayl se acordó que Qusayy iba a ser el guardián
de la Kaabah.
Qusayy trajo a sus familiares más cercanos para vivir en Meca
y de entre su descendencia se contó con cuatro hijos dentro de los cuales Abdu
Manaf era el más apto para ocupar el lugar de su padre cuando este muriera y
ser el encargado de abastecer de agua a los peregrinos y de recoger el tributo
para alimentarlos, pero Abd al-Dar era su preferido y se dejo a él a cargo,
aunque en la generación siguiente la mitad de los Quraysh se agrupo alrededor
del hijo de Abdu Manaf, Hashim pero la
vida de este no iba a ser muy larga y murió en unos de sus viajes en Gaza,
Palestina.
Hashim tenía dos hermanos Abdu Shams y Muttalib, y un medio
hermano llamado Nawfal, de estos tres el más pequeño de ellos Muttalib pasó a
ser el encargado de suministrar el agua a los peregrinos cuando Hashim murió, pero
Muttalib pensó en su sucesor y decidió que debía ser Shaybah el hijo que Hashim
procreó con su esposa Salma, ella se lo confió y cuando Muttalib se dirigía hacia
Meca con su sobrino la gente curiosa de ahí le apodo “Abd al-Muttalib” o “El
siervo de al-muttalib”.
Abd al-Muttalib llegó a ser muy respetado por el Quraysh a causa
de su generosidad, su veracidad y su sabiduría. A pesar de que Abd al-Muttalib tenía
muchas esposas, solo tenía un hijo, así que clamo a Dios que le concediese diez
hijos y que así lo hacía el sacrificaría a uno de ellos en la kaabah. Su
plegaria fue escuchada y Dios le dio 9 hijos más.
Abdallah era su hijo más joven, y el más amado, y el tiempo
de cumplir su promesa había llegado, y por ser un hombre de palabra comenzó a
pensar a cuál de sus hijos tenía que sacrificar pero no podía cargar con el
peso de tomar el la decisión, para ello convoco a los 10 a una reunión y les
contó lo de su promesa así que la decisión fue tomada echando a suerte con las
flechas, así cada uno hizo su marca en una flecha y se llamó al adivino para
que en presencia de él se llevara a cabo la decisión (era una costumbre y
creencia de esa época), entonces salió la flecha de Abdallah, Abd al-Muttalib
tomo a su hijo con una mano y en la otra el cuchillo y se dirigieron hacia la puerta
a cumplir con el sacrifico, pero la multitud ya estaba presente y comenzaron a
preguntar lo que pretendían hacer, entre tanto levantó un murmullo entre los
majzumíes, pues comprendieron que la supuesta víctima era uno de los hijos de
su hermana. "¿Para qué ese cuchillo?" gritó una voz, y otras repitieron
la pregunta, aunque todos sabían cuál era la respuesta. Abd al-Muttalib comenzó
a contarles su voto, pero fue interrumpido por Mugirah, el jefe del Majzum:
"No lo sacrificarás; sino que en su lugar ofrecerás un sacrificio, y,
aunque su rescate fuese todas las propiedades de los hijos de Majzum, lo
redimiremos." Así también los hermanos de Abdallah rogaron a su padre que hiciera
otro sacrifio en cambio de su hermano.
Abd al-Muttalib anhelaba que le convenciesen aunque, por otra
parte, estaba lleno de escrúpulos. Finalmente, sin embargo, accedió a consultar
a cierta mujer sabia de Yathrib que podía decirle si en este caso era posible
una expiación y, de serlo, cómo habría de hacerse.
Así se dirigieron a consultar a la mujer y le contaron los
hechos, ella prometió consultar a su espíritu familiar y les ordenó que
volviesen al día siguiente. Abd al-Muttalib rogó a Dios. A la mañana siguiente
la mujer dijo: "Me ha venido un mensaje. ¿Cuál es la reparación de sangre
entre vosotros?" Le contestaron que era de diez camellos.
"Volved a vuestro país", dijo ella, "y poned a
vuestro hombre con diez camellos al lado y echad suertes entre ellos. Si la
flecha cae contra vuestro hombre, añadid más camellos y echad suertes de nuevo;
si fuera necesario, añadid más camellos, hasta que vuestro Señor los acepte y
la flecha caiga contra ellos. Luego, sacrificad los camellos y dejad vivir al
hombre."
Volvieron a la Meca, Abd al-Muttalib entró en la Casa Sagrada
y, colocándose al lado de Hubal, pidió a Dios que aceptase lo que estaban
haciendo. Luego, echaron suertes, y la flecha cayó contra Abdallah. Se
añadieron otros diez camellos, pero de nuevo las flechas dijeron que los
camellos debían vivir y el hombre morir. Siguieron añadiendo camellos; diez
cada vez, y echando suertes con el mismo resultado, hasta que el número de
camellos alcanzó la centena. Sólo entonces la flecha cayó contra ellos. Pero
Abd al-Muttalib era sumamente escrupuloso; la evidencia de una flecha no era
para él suficiente para decidir un asunto de tal envergadura. Insistió en que
debían echar suertes una segunda y una tercera vez, lo cual hicieron, y en cada
ocasión la flecha cayó contra los camellos. Al final tuvo la certeza de que
Dios había aceptado su expiación, y los camellos fueron debidamente
sacrificados.
Recopilado de: Muhammad: Su vida basada en las fuentes más antiguas Martin Lings
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